En estos días en los que concluye la segunda década del siglo XXI con frecuencia la desesperanza acude a nuestro encuentro. Hemos dado pasos inmensos para poner fin a una guerra con la que crecimos la mayoría de los que habitamos este país, sin embargo, la guerra antigua y renovada aún nos devora. De manera incomprensible hay quienes aún no se alegran con el final de la confrontación y quisieran desandar el camino hacia una guerra sin final.
Sigue siendo habitual que se agregan nombres al registro de una larga lista de hombres y mujeres que nos han sido arrebatados por una violencia que no da tregua. Se trata de líderes de toda clase de procesos sociales que reivindican su derecho a construir un país que no les sea ajeno, en donde tengan cabida todas las diferencias y todas sus propuestas. No se trata de muertes y toda clase de agresiones acontecidas al azar o como resultado exclusivo de la intolerancia, se trata de la muerte organizada en función de la acumulación, el despojo y la dominación.
Esa experiencia habitual de la muerte, que se torna costumbre, esta persistencia de la guerra que algunos prefieren en lugar de la mediación de la política para resolver conflictos, constituyen una penumbra densa y asfixiante. En medio de esta oscuridad hay luces encendidas, como las vidas y acciones de defensores de derechos humanos merecedores del Premio Nacional a la Defensa de los Derechos Humanos, entregado en Septiembre de 2019 por Diakonia y ACT Iglesia Sueca. Al leer sobre sus vidas y acercarse a sus trabajos esperamos que muchas luces más se enciendan y ofrezcan luz y calor a un país agobiado por una noche que a
MARÍA HELENA RAMIREZ AMAYA
CLEMENCIA CARABALI RODALLEGA
MARCO ROMERO
RICARDO ESQUIVIA BALLESTAS
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